Hoy es uno de esos momentos donde mi afición por la reconstrucción arqueológica y la carpintería se juntan.
Como artesano dedicado a la reconstrucción arqueológica a veces me enfrento a proyectos que solo arrojan preguntas y dudas. Parte de esto es debido a los objetos con cerca de dos milenios de historia tienden a encontrarse deteriorados y fragmentados, pero también a que la información académica no siempre es tan extensa y profunda como deseo. Estos detalles faltantes han de completarse con lógica, ingenio e información de objetos similares. Este martillo se encontró en el naufragio de un barco romano frente a las costas italianas de Commachio, a mediados del s. I a.C. y probablemente formaba parte del conjunto de herramientas de la tripulación o como parte de mercancía.
Mi martillo presenta algunas diferencias respecto al original, comenzando por la madera, que es roble rojo (frente a fresno) y que los angulos de las testas de la cabeza originalmente estaban invertidas. La cabeza tiene un agujero cónico con cuatro paredes lisas; el mango, también cónico, encaja con pequeñas cuñas. Salvando el ingletado de las testas todo el trabajo fue hecho a mano. Ajustar estas piezas requiere calma y precisión, el ajuste del agujero central fue especialmente costoso y desafiante a fin de dejarlo perfectamente plano.
El mazo fue bastante más sencillo. Hecho a partir de un taco macizo, el mango y la cabeza son la misma pieza. Tuve que redondearlo a mano con cuidado, acabando con finas pasadas del cepillo. El mango fue tallado en el carro de la sierra de mesa, rotándolo a fin de ir cortando el sobrante pero dejando un núcleo.
Ambas piezas salen para Irlanda para un recreador histórico que va a usarlas en lo que viene siendo arqueología experimental, que es, en parte, poner a prueba reproducciones de objetos de la época para su testeo, experimentación y sacar conclusiones sobre ello.


